De la receta a la gestión agronómica
Cultivos de cobertura, una herramienta que debe emplearse de manera personalizada
Los cultivos de cobertura, también llamados cultivos de servicio, son una de las herramientas que se emplean para promover buenas prácticas agropecuarias orientadas a generar sistemas sostenibles, entendiendo a la sostenibilidad como aquello que permite asegurar la viabilidad económica, ambiental y social de un sistema productivo.
Ante todo, es importante entender que, al hablar de una “herramienta”, hacemos referencia a un instrumento que puede tener diferentes usos. Los cultivos de cobertura no deben concebirse como una “receta”, dado que su utilización debe ser considerada en función de objetivos programados a partir de las características propias de cada región productiva en general y de cada lote en particular. Por ende, su implementación en rotaciones agrícolas nunca puede realizarse de manera correcta sin una previa determinación de la problemática en cuestión, para poder desarrollar la experimentación que permita evaluar las múltiples interacciones presentes en los procesos agronómicos. Debido al volumen de factores intervinientes, es aconsejable llevar a cabo tales evaluaciones en el marco de redes de generación de conocimiento integradas por empresarios, técnicos, investigadores y proveedores de insumos que conformen un equipo interdisciplinario que permita abordar el abanico de situaciones que se plantean.
Funciones
Los cultivos de cobertura que se incluyen en un sistema de producción cubren parte del faltante de carbono orgánico. Este elemento es el componente principal de la materia orgánica, la cual cohesiona las partículas del suelo manteniendo su estabilidad estructural, evita la pérdida de porosidad, aumenta la infiltración y reduce los riesgos de erosión hídrica y eólica. La identificación de sus beneficios puede ayudar al productor a tomar decisiones acertadas y transformar un gasto en una inversión.
Diferentes funciones que pueden desempeñar los cultivos de servicio:
- Aumento de la porosidad del suelo
- Mejora de la distribución del agua de lluvia
- Control de erosión hídrica
- Control de malezas
- Fijación de nitrógeno
- Aporte de carbono entre dos cultivos de renta y/o silo
- Drenaje biológico
- Mejora del almacenaje de agua
- Sincronización de la oferta de nutrientes
- Disminución de la lixiviación de nutrientes móviles como el nitrógeno, el azufre y el calcio
- Reducción del ascenso de sales
- Menor estrés térmico
- Disminución de la erosión eólica
- Anclaje de los rastrojos
- Aporte a la biodiversidad específica
- Disminución del impacto ambiental
- Aporte a la cadena forrajera de los sistemas ganaderos.
Una vez que se definen los objetivos buscados, se deberá elegir un determinado cultivo y diseño. En este sentido, no sólo es importante seleccionar bien la o las especies por implantar, sino también la fecha de siembra, la densidad, la fertilización y la fecha y método de finalización, entre otros aspectos.
Si se siembra una gramínea invernal, se pueden capturar diferentes beneficios en función del ciclo de corte. Si, por ejemplo, se decide finalizar el cultivo de servicio en el mes de julio, se contribuye a reducir la temperatura del suelo, a evitar la lixiviación del nitrógeno y del azufre, a controlar parcialmente malezas y se consume algo de agua (entre 50 y 100 milímetros). Pero si finalizamos el cultivo en agosto, mejoraremos mucho la estructura del suelo, incrementando la macroporosidad, además de elevar la relación carbono/nitrógeno (lo que nos permitirá retener más nutrientes y disminuir la lixiviación). Si, en cambio, terminamos el cultivo en septiembre, entonces podremos provocar un descenso de la napa freática y lograr el máximo efecto supresor de malezas (especialmente si el cultivo se seca con un rolo de baja intensidad), lo que genera un impacto ambiental muy favorable. Ahora bien: si el problema que tenemos en el campo es la falta de macroporos e infiltración y decidimos secar el cultivo de servicio en septiembre en lugar de hacerlo en julio, podemos llegar a transformar esta práctica en un gasto en lugar de una inversión. Por tratarse de una tecnología de procesos, es fundamental elegir muy bien las especies por sembrar, como así también el paquete tecnológico que se va a emplear, el cual, lejos de tratarse de una “receta” única para todos los ambientes, debe considerar una multiplicidad de variantes por aplicar en cada caso específico.
Especies
En general, las gramíneas de invierno, como la avena, el centeno, el triticale y el tricepiro son las más utilizadas. Ellas nos brindan beneficios similares, aunque con algunas diferencias sustanciales que determinan que se opte por una u otra especie.
Si el problema por resolver es el control de malezas, entonces es conveniente usar centeno. Pero si queremos deprimir la napa, lo más conveniente será emplear triticale. En zonas más húmedas y heladas, se destacará la avena, mientras que en aquellas más secas con heladas severas, deberemos optar por el centeno.
También se pueden utilizar como cultivos de cobertura especies de la familia de las leguminosas, principalmente vicia villosa por su resistencia al frío y su producción de materia seca, además de melilotus y los tréboles persa, subterráneo y rojo. Estas especies –bien inoculadas– son fijadoras de nitrógeno en forma simbiótica, dejando mucho nitrógeno disponible en el sistema. Otra ventaja que aportan las leguminosas es la disminución de la relación carbono/nitrógeno por debajo de 25 (lo que permite que los nutrientes intervengan rápidamente en el siguiente cultivo).
También es importante el aporte de raíces que efectúan el trébol rojo y el subterráneo con respecto a la vicia y el trébol persa, produciendo la misma biomasa de raíces pero con menos biomasa aérea. Este es un aspecto por tener en cuenta al momento de decidir la especie que se va a utilizar. El trébol rojo es el menos adecuado para usar como cobertura porque, al ser bianual, resulta de difícil control al momento del secado.
Otras especies que se posicionan muy bien son las Brassicas (los nabos), que producen importantes cantidades de biomasa radicular, recirculan muy bien el azufre y, por su prominente raíz, incrementan exponencialmente la infiltración.
Métodos de siembra
Los métodos de siembra más utilizados son la implantación con sembradoras convencionales; la siembra a voleo con avión o máquinas de platos o péndulos y la utilización de máquinas con distribución presurizada, como Altina.
La principal ventaja que tienen las siembras a voleo reside en la posibilidad de adelantar la fecha de siembra; así, es posible implantar cultivos de cobertura cuando todavía no se trillaron los de renta. Esto permite obtener mayor producción de materia seca y desarrollar un control ecológico de las malezas, reduciendo la carga de herbicidas del sistema.
La siembra con distribución presurizada tiene sobre la siembra a voleo la ventaja de realizar una distribución más uniforme; como consecuencia, favorece una mejor implantación y un mayor anclaje, una utilización más eficiente del recurso suelo y una mejor distribución radicular de los cultivos de cobertura.
Diseño
Cuando se necesita controlar malezas y reducir la temperatura del suelo es conveniente utilizar cultivos monofíticos de gramíneas, mientras que los monofíticos de leguminosas son útiles cuando el objetivo es fijar nitrógeno en el sistema o reducir la compactación del suelo.
A su vez, el policultivo de cobertura se emplea cuando la meta es aumentar la cobertura, descompactar el suelo y fijar nitrógeno, propiciando además una mayor biodiversidad de la flora y la fauna en la parte aérea con aparición de insectos benéficos en épocas del año donde no hay tanta actividad (abejas/mariposas).
Cuando se emplean policultivos de cobertura como intercultivos es necesario contemplar cuáles fueron los herbicidas utilizados en el antecesor ante la eventualidad de que se generen problemas de fitotoxicidad sobre alguna especie.
Lo más aconsejable es usar dos o tres especies en el primer año y ajustarlas con el tiempo de manera tal de que esta tecnología de procesos resulte efectiva y viable en términos económicos.
Las ganancias de la empresa pueden mejorar cuando a lo largo de los años se incluyen cultivos de cobertura en los sistemas productivos. En todos los casos, su impacto debe evaluarse con una mirada de largo plazo, si bien debe ser económicamente razonable en lo inmediato.
Por tratarse de una tecnología difícil de protocolizar, pues requiere la evaluación de diferentes variables en función de cada escenario ambiental, es fundamental implementarla en un marco de intercambio que contemple las experiencias realizadas en las diversas regiones productivas.
Sandro Martín Raspo
Miembro del CREA Melo-Serrano